Ilustrador literario en el
sentido más amplio y complejo de la palabra, el mendocino Luis Scafati tiene la
envidiable capacidad de trazar las metáforas del subconsciente, el deseo, la
desesperanza o el miedo, y la angustia presentes en las obras clásicas en las
que ha dejado su impronta personal e inigualable en tinta y aguadas, y que
develan a la vez un oficio riguroso y comprometido.
Precursor de la creación de
libros de arte en su Argentina natal, Scafati es en la actualidad uno de los
dibujantes –como le gusta
definirse– más prestigiosos
de su país y, al mismo tiempo, uno de los máximos creadores de libros
ilustrados a nivel mundial, que publica sus obras en editoriales especializadas
y exigentes como la española Libros del Zorro Rojo, que ha sabido ofrecer en su
fondo libros álbum para niños y una serie de títulos ilustrados para jóvenes y
adultos. En este último catálogo de títulos, la obra de Scafati, que ha propuesto
sus personalísimas versiones de clásicos de la literatura, se pone al lado de
otros consagrados: sus compatriotas José Muñoz, Antonio Seguí y Enrique
Breccia, o los reconocidos Lorenzo Mattotti, Arnal Ballester o Robert Crumb.
Los inicios
Apasionado por la historieta en su
infancia, Scafati estudia artes, una “mala palabra dentro del mundo de los
ilustradores”, como afirma no sin humor. Estudió de niño dibujo por
correspondencia y así accidentalmente descubrió la literatura al tiempo que la
expresión gráfica.
Los lectores han visto a Luis
Scafati –nacido en Mendoza en
1947– evolucionar de la
caricatura a la ilustración. Hace parte de una generación importante dentro de
su país que se forma y publica alrededor de la ya legendaria revista cordobesa Hortensia, verdadera escuela que se
formó en torno a su editor Alberto Cognini. Firmando como “Fati” –ésta es la que el artista nombra
su “época de humor”, aunque él tenga serias dudas sobre la gracia de estos
primeros trabajos– sus
dibujos aparecen en publicaciones como Tía
Vicenta, Humor y El péndulo. “Es mi aprendizaje literario
en un dibujo –confiesa–, poner una frase muy breve, y que
esa frase tenga cierto humor, exige un aprendizaje”.
Los textos y dibujos
continúan, en esa etapa de formación, hablando de temas políticos o económicos,
siempre con cierta ironía, observando y haciendo una revisión de la gran ciudad
que lo acoge en el que sería su futuro libro Mambo Urbano. Sus ilustraciones sueltas de su época de juventud, en
medio del torbellino político argentino, se publicarán en el libro compilatorio
Tinta china.
Esta evolución en su
trayectoria profesional lo convierte no sólo en uno de los ilustradores más
competentes de su país, sino en un artista que deja una impronta categórica e
inquietante, y en cuyo oficio tienen cabida las más diversas técnicas, desde la
tinta, el lápiz, la témpera o la acuarela, hasta el grabado, ya sean
serigrafías, aguafuertes o litografías, en donde es posible encontrar los ecos
de sus primeras y más queridas influencias: los cómics. Scafati recuerda que,
accidentalmente y un poco incentivado por su madre, ingresa a estudiar Artes
Plásticas en la Universidad Nacional de
Cuyo y mientras estudia y publica sus caricaturas, comienza a gestarse su
gusto por la ilustración, una atracción que se convierte en el conflicto entre
superar lo anecdótico que supone el chiste gráfico y expresar una caligrafía
particular y muy propia. Scafati lo ha logrado. Y no sólo esto, él es en la
actualidad un creador, un interpretador de mundos irrepetibles, un traductor,
un cronista, en definitiva, un autor.
Drácula,
el libro álbum
Conversar con Luis Scafati sobre su vasta
experiencia nos permite descubrir, gracias a su generosidad, que el ilustrador
como autor es capaz de corporizar sus vivencias, su pasado, su momento actual,
y transformar estos elementos en materia gráfica y, al mismo tiempo, en materia
narrativa. Estructura sus obras de manera que el aporte que hace a los libros
que ilustra, de autores que
conoce bien, que ama y que reinterpreta con profundidad, supera el papel de decorador de ideas de otros –aunque esto ni siquiera debería
afirmarse en su caso–; da al
relato una nueva dimensión que bordea lo intimista, lo inquietante; aporta
desde lo gráfico la propia observación e incluso la vivencia personal.
Podríamos equipararlo al sello que tienen adaptaciones cinematográficas –el cine, cómo veremos, resulta ser
una influencia notable o referencia constante–, que pueden, en palabras simples, tener ciertas
particularidades que hacen una obra única, sin tener que recurrir a las
complicaciones de un auteur.
Scafati es claro en sus
planteamientos cuando aborda la adaptación de una obra tantas veces adaptada o
representada como lo es la novela Drácula
del irlandés Bram Stoker, publicada por vez primera en 1897. Quiere hacer
“su” versión, rescatando, además del título, algunos de los personajes y el
argumento central, conjugando su trabajo de observar y resignificar el texto, y
al tiempo aportando gráficamente. “He leído mucho sobre alquimia y temas medievales–dice–, toda esa simbología me interesa. La historia es un
pretexto también para integrar cosas que me atañen.”
Desde su primer libro mantiene
el tema del dibujo. Entre Mambo Urbano
y Drácula, dos obras ya tan lejanas y
separadas por muchos otros títulos, hay una evolución; es ineludible el
movimiento para un creador. En el caso de su Drácula, sus inquietudes más profundas y que ha investigado por
años, como son las ciencias ocultas, el misticismo, la religión, la muerte y el
sexo, lo han nutrido para trabajar en el tema. Además, claro está, también se
ha alimentado de las cientos de adaptaciones del texto original; en su caso
particular se nutre del Nosferatu
(1978) de Werner Herzog: “Yo siento que el oficio del ilustrador, que viene de
muchísimos años atrás y que se visualiza hoy con los clásicos como Arthur
Rackham o Doré, está en manos de los directores de cine. Cuando veo a Herzog, a
los hermanos Cohen, a Tarantino, digo: estos tipos son ilustradores, están
tomando la literatura y le están poniendo una imagen, si bien muchos de ellos
parten de aquellas ilustraciones. Pensemos en Doré, en su Divina comedia o en su Quijote,
hay un Quijote post-Doré, que le ha
dado una personalidad en el imaginario colectivo. El cine toma eso y los que
hoy ilustramos tomamos del cine; se va produciendo todo un mecanismo de
rotación.”.
Para crear el personaje,
Scafati crea un modelo escultórico de tres dimensiones que recuerda al vampiro
de Murnau, al actor Klaus Kinski, pero con cierta evocación de lo religioso
proporcionada por una cofia obispal y unas alas de murciélago. Crea al
personaje luego de una juiciosa documentación: “Nada surge de la nada. Todos
somos un eslabón de algo, originales, sí, pero salimos de algo. El que ilustra
o escribe lo hace porque vio algo que lo llevó a ese lugar. Es una pelotudez
creer que uno no debe documentarse para ser pretendidamente original”.
En esa adaptación se pueden
observar algunos ecos del cómic Drácula
de un autor cuya obra tiene un aura erótica, el milanés Guido Crepax, aunque para
él se trata de una coincidencia. Scafati tiene una obra erótica recurrente y le
gusta ser reconocido como autor erótico; el motor de su mundo es el erotismo:
“Es muy lindo dibujar una pareja haciendo el amor. Lo anguloso, lo esférico, me
gusta dibujarlo”. El viejo uno dos –título que parte de la frase de La Naranja Mecánica de Anthony Burgess– es su libro más explícito y
sospechosamente está agotado. Y en Drácula,
el vampiro que se aproxima a las mujeres mantiene un aura de erotismo vedado.
El blanco y el negro y el personaje con su cofia agazapado en las páginas le
resulta muy erótico. El texto denso y acaso pesado de Stoker se transforma
aquí: “Drácula lo leí, parece una
rareza, pero yo leo los libros que ilustro” asegura maliciosamente. Y así, un
libro barroco y cargado, que inicialmente era un encargo, se vuelve una obra
personal. Ello también se debe a que hay temas del libro que lo apasionan:
“Me angustia el tema de la
muerte. Me puse a pensar en el tema de la inmortalidad, luego de leerlo no
quise ilustrarlo. Pero empecé a dibujar sobre el tema. Cuando tuve una cantidad
de dibujos, empecé a escribir usando los nombres y la idea como núcleo de la
historia. La fui armando, y complementando las ilustraciones faltantes”.
Son más de cincuenta dibujos.
Entre las lecturas y sus significados y la rigurosidad fue armando un libro en
el que se perfila su oficio de ilustrador literario, si es que puede llamarse
así. Scafati dibuja grandes formatos que no se adaptan al escáner, pero los
tamaños que lo han enfrentado con los editores y los diseñadores tienen que ver
con su manera de trabajar: necesita trabajar con el gesto; para él el dibujo es
como una danza, trabaja de pie, lo levanta, hace varios dibujos a la vez.
Las guardas del libro nos
remiten a la relación del libro álbum con el cine. Son un homenaje a los
créditos del filme de Herzog, con murciélagos volando junto a manchas de tinta,
como en negativo. Dice Scafati: “El cine como generador de imágenes incide en
un libro ilustrado. Un escritor hoy maneja tiempos que hace doscientos años no
estaban en el relato; eso es por el cine y la forma en que nos hace ver el
mundo. Incidió por supuesto en el dibujo”. El libro álbum se enriquece como
obra colectiva en un trabajo muy similar al de la realización de una película.
Hay aportes de todo tipo, el diseño, la tipografía, incluso los desencuentros
son parte del oficio.
La metamorfosis de
Franz Kafka
“La metamorfosis como texto es árido. Otros libros tienen tantas
imágenes que serían ideales para ilustrar. En éste por el contrario tengo que
entrar por un costado. Es un proyecto personal, un ejercicio que buscaba
ilustrar algo árido, una metáfora de lo que significa ser artista, en la
cotidianidad, en la familia, en lo que te rodea inmediatamente”.
Luis Scafati
Entre perturbador y divertido puede
resultar el origen de este libro. Scafati parte para Europa con los originales,
en gran formato, buscando publicarlos en Alemania en su lengua original, sin
razón aparente, sin entender muy bien el por qué. Con angustia de desconocer el
idioma, camina las calles con las inmensas ilustraciones bajo el brazo,
viviendo situaciones casi kafkianas: “No sé alemán. Consigo un editor, una
entrevista. El traductor no puede ir a la primera reunión, pero una amiga se
ofrece a ayudarme. Ella habla yiddish; es lo mismo que el alemán, vas a ver, me
dice. El editor no entendió nada. Deambulé un mes con la carpeta de 1m x 70cm
bajo el brazo, era el viaje de Kafka”.
En este libro el personaje de
Gregorio Samsa se representa con el rostro del escritor. El ilustrador ve La metamorfosis como una autobiografía
del autor checo. Ve al insecto no como una cucaracha, sino como un escarabajo
que ocupa un lugar dentro del simbolismo religioso. Kafka es para Scafati un
personaje religioso. En sus diarios se entiende inmediatamente que esto es una
especie de metáfora de él mismo como artista, de alguien que vive en un medio
familiar opresivo. La iconografía tan conocida del rostro del escritor se
deforma muchas veces en la pluma de Scafati:
“Cuando leo, llevo libretas de
apuntes. Mis anotaciones son en cuadernos, en algún momento aparece la imagen,
no tengo una teoría de esto. Soy el primer observador de lo que hago. El que
dibuja muy rara vez tiene previamente una idea muy clara. El dibujar es una
forma de pensamiento”.
Los mundos casi paralelos de
Kafka lo atraen, igual le ocurriría con las Aventuras
de Arthur Gordon Pym de Edgar Allan Poe: “Hay cosas que te tocan en el
arte. Los núcleos energéticos que están en una novela, en una obra de cine, en
un poema, alrededor de eso girás y pivoteás. Kafka me costó sacármelo, ese
pensamiento que en mi caso se traduce en imágenes”.
Scafati, formado en el arte
gráfico, claramente entiende que en su labor el mensaje se debe transmitir de
forma clara –ya sea haciendo
humor o carteles–, y su
inmediato examen era con sus hijos cuando eran pequeños, siempre exponía su
obra a quienes lo rodeaban. Los originales de sus obras, por tamaño –y calidad, claro–, se exhiben constantemente. El
autor no hace diferencia entre sus obras personales y sus ilustraciones
publicadas.
El ejercicio de interpretar
obras, considera Scafati, es importante para los ilustradores; según él, no se
debe pensar en trabajos terminados y es necesario hacerse fuerte antes de
publicar: “El hecho de saber que esto que hago lo voy a publicar adultera un
poco la libertad natural que te asalta. Hacerse fuerte es mirar, documentarse,
leer, es decir, lo que te va formando como ser”.
Scafati sigue trabajando en el
mundo editorial en los proyectos que le gustan. Sus dibujos perturbadores tal
vez no tienen mucho que ver con su dulce y amable personalidad. No obstante, su
humor malévolo dejará abierta alguna posibilidad de sorpresa: “Cuando alguien
me conoce y ha visto mucho mis dibujos dice ‘¡Ah! ¡Pero vos sos bueno!’Pero no
te descuides, no me des la espalda… es una suerte que se me haya dado por la
plumilla y la tinta…”.
Jairo Buitrago (publicado originalmente en Memorias del 2º Congreso Internacional de Ilustración fig 02 Bogotá)
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