No tuve libros
álbum cuando niño, mi relación con la fascinante narración con imágenes comenzó
con los cómics. En sus orígenes las tiras cómicas establecieron una división
genérica: Family Strips, Girl Strips y por supuesto los llamados Kid Strips, llamada así no sólo porque
sus protagonistas fueran chicos, sino porque en sus argumentos tocaban temas
que les competían, sus alegrías y pesadillas, animales parlantes, mundos nuevos
fuera de este y una fuente de humor casi siempre basada en travesuras
infantiles. Algunos nacieron muy temprano, y puede decirse que son
contemporáneos de algunos clásicos de la LIJ: The Yellow Kid (1896), The
Katzenjammer Kids (Los dos Pilluelos) y Little
Tiger ambas de 1897. En este artículo propongo un recorrido cronológico por
el desarrollo de ambas vertientes de la narración gráfica. En los cómics y el
álbum revelo un origen común: el humor y
el desarrollo de una temática genuinamente escrita y concebida para un público infantil.
Cómics y libros álbum son medios artísticos que nos
obsequian obras de formidable riqueza narrativa y estética ante las cuales
tiene lugar una diáfana aproximación entre el receptor y la obra de arte, sin
necesidad de que intervengan comportamientos ritualizados. En los terrenos del
arte secuencial nos movemos con la naturalidad de niños que juegan libremente
con palabras e ilustraciones, prescindiendo del acartonamiento y la distancia
solemne que muchas veces imponen la Literatura, el Cine y la Pintura.
José
Arreola.
Hay muchos tipos de
libros para niños, como lo afirma el especialista en LIJ y docente canadiense,
Perry Nodelman, y aunque pueda sonar más que evidente, esta variedad de géneros
llamémosles infantiles emplazan al libro álbum en una serie de particularidades
que los diferencian dentro de la producción editorial destinada a los niños. Noldelman
plantea que si bien existen y se editan continuamente novelas, cuentos y obras
de teatro “para niños” tienen estos una clara conexión con los textos “para adultos”
que suelen precederlos. Pero veamos como Nodelman asocia la manera en que estos
libros ilustrados han crecido paralelamente a otros lenguajes y los rasgos
propios frente a la que podríamos llamar narrativa infantil tradicional:
Los libros álbum si bien precedieron o bien comenzaron a
ser producidos al mismo tiempo que las formas de literatura para adultos que
combinan textos visuales y verbales: las tiras cómicas; las novelas gráficas y
los periódicos, revistas y libros, que contienen abundantes fotografías y
dibujos. El libro álbum es, en mi opinión, la
única forma de literatura creada específicamente para un público infantil. (Nodelman, Perry, Las narrativas
de los libros álbum y el proyecto de la literatura infantil. En Teresa
Colomer, Bettina Kümmerling-Meibauer y María Cecilia Díaz (Eds.) Cruce
de Miradas: Nuevas aproximaciones al libro-álbum (pp. 18-32), Caracas: Banco
del Libro.)
Aunque Nodelman no
precisa que los cómics abrieron igualmente un espacio para lectores infantiles,
muchos de ellos conocidos en el medio con el paso de los años para su
afianzamiento como Kid-strips, resultaron
en su tiempo un viento fresco en sus aportes gráficos y argumentales en el
universo del niño lector, evocando de alguna manera universos oníricos o
fantásticos creados años antes por autores clásicos de la literatura infantil,
me refiero a Lewis Carroll (Alicia en el
país de las maravillas) y a Frank Baum (El
mago de Oz publicado en 1901). Sin hilar delgado encontraremos no sólo
paralelos u homenajes velados en obras aparecidas apenas unas décadas después
de la publicación de estos clásicos, pero aderezados con elementos modernos,
críticos y de preciosismo (y precisión porqué no), gráfico, insuperables a la
fecha: Little Nemo (1905) obra
maestra de Winsor Mccay, que revolucionó la cultura popular del momento, y Krazy Kat (1910) de George
Herriman, donde poesía, habilidad verbal y humor interactúan casi a la
perfección con la ilustración. Años después el autor de libros –álbum Maurice
Sendak homenajearía la obra de Mccay en su libro La cocina de noche, publicado en 1970.
El crecimiento
paralelo de estas dos vertientes de narrativa gráfica se descubre al examinar
títulos importantes de finales del XIX principios del siglo XX, que desarrollan
desde sus inicios la interrelación de la imagen con la grafía y la rica
posibilidad del libro (o los periódicos donde inicialmente se publicaron estas
primeras “historietas”), como Max y
Moritz (1865), de Willlhem Busch o Becassine
(1905), protocómic del francés Jean- Pierre Pichon donde el texto se
escribía al pie del dibujo sin incorporarlo a la viñeta. Por supuesto la
importancia de las obras ilustradas Randolph Caldecott (1846-1886) o las de Kate
Greenaway (1846-1901) como herencia directa de los libros álbum de la actualidad
merece un capítulo aparte.
En 1963 se publica Donde viven los monstruos de Maurice
Sendak, obra fundamental dentro de la historia del libro álbum, además de una
maravillosa exploración psicoanalítica del espíritu infantil. En esta misma
década, el cómic ha dejado de ser una lectura exclusivamente infantil e incluso
familiar. Ha empezado a tener una consistencia para definirse en los más
variadas temáticas, la ciencia ficción, la aventura, el policiaco, el
melodrama… como forma de arte popular no puede clasificarse con precisión pues
presentará modalidades narrativas diversas para jóvenes, niños o adultos. En
esta década algunos autores proponen dar un status literario al cómic, y sin
duda, van a lograrlo, como ocurrirá con las obras de Hugo Pratt, Guido Crepax o
Jean Claude Forest. El cómic abre la puerta al tema adulto, a la vez que a los
estudios académicos serios a su alrededor. Por otro lado, y casi al mismo
tiempo, el lenguaje de la narrativa con imágenes, incluyendo a los cada vez más
afianzados libros ilustrados para niños, a partir de esta década y de las
siguientes prosigue su evolución como un género propio y autónomo, producido
para lectores determinados, identificados. Seguirán teniendo en común, el
apostar por una narración que utiliza dos códigos. No obstante, sus caminos se
bifurcarán.
El libro-álbum
introducirá además nuevas perspectivas y registros de expresión. Mientras el cómic más convencional y otros
libros ilustrados no logran aprovechar la expresividad que posibilita la
narrativa por la yuxtaposición de imágenes y la dinámica de los decorados
múltiples con desglosamiento de imágenes, el álbum, además de aprovechar estas imágenes para que dialoguen, contrapongan o complementen un
texto, ofrece un tipo de lectura diferente. Se erigirá como un género
construido exclusivamente para la niñez, dejando que el cómic conquiste nuevas
plazas de lectores de edades mayores. Esto nos lleva de nuevo a pensar en la
premisa de Nodelman, que refiere de alguna manera su origen exclusivamente creado
para un lector infantil y que a la vez remite a los cambios de públicos que
generan estas literaturas de la imagen: “Pese
a las necesidades recientes de un público adulto cada vez más numeroso que pide
libros más sofisticados, el libro- álbum permanece firmemente conectado a la
idea de que su lector implícito es un niño” (Nodelman, P. Ibíd)
Esto se corrobora
en los pocos títulos específicamente adultos que se han publicado (Drácula de Luis Scafati), o álbumes
posmodernos, o aquellos libros para niños que sorpresivamente han adoptado
lectores adultos (pienso en La isla
de Armin Greder, o El pato y la muerte
de Wolf Erlbruch), frente a los miles de títulos que conforman colecciones y
fondos editoriales infantiles. Por otro lado, el cómic ganando su mayoría de edad
(cómo lo hizo hace muchas décadas el cine, referente ineludible de ambos
géneros), va marginando a lo que se hace específicamente para niños, las Kid strip se vuelven asunto de
nostalgia, se extraña en la actualidad a la historieta infantil. Algunos títulos
recientes, como el exitoso Emigrantes
(2007) de Shan Taun, toma prestada las convenciones del lenguaje de los
cómics, para construir su narración
gráfica permeada a un sinfín de lecturas, transformando su propuesta de
libro-álbum en una obra maestra del
noveno arte.
El álbum o picture book (como se conoce en los
países anglosajones), navega entonces cómodamente sin ataduras previas que le
remitan a la literatura adulta, porque ya desde los inicios de los primeros
ejemplos de textos con ilustraciones realizados en Alemania o en países
escandinavos, son esfuerzos didácticos hechos directamente para los chicos,
para introducirlos en los misterios del mundo, en la religión e incluso en los
principios del razonamiento de la era de la ilustración. Eran en sí mismos,
textos educativos a la vez que recreativos, están definitivamente hechos
pensando en los niños y en su formación. Así lo anota, Nina Christensen,
directora del Centro de Literatura Infantil de Copenhaguen al analizar el
significado y la sensibilidad en la literatura infantil del siglo XVIII: (…) en un contexto germano en la segunda
mitad del siglo XVIII, los escritores y educadores proponían que no hubiera
división entre los textos educativos y
los recreativos, y planteaban la disolución de esta oposición: “Las obras deben
ser a la vez: textos educativos para las escuelas, libros de texto y de
recreación para la lectura en privado”. (Christensen, Nina. Cómo se elabora el sentido: reflexiones
sobre la influencia de los libros ilustrados del siglo XVIII en los
libros-álbum contemporáneos. En Teresa Colomer, Bettina Kümmerling-Meibauer
y María Cecilia Díaz (Eds.) Cruce de
Miradas: Nuevas aproximaciones al libro-álbum (pp. 46-57), Caracas: Banco del
Libro.)
Vale decir, que
estas premisas continúan vigentes en muchos casos la Lij contemporánea, y que
por años los libros ilustrados preservaron el uso de imágenes para procurar que
el lector aprendiera a “leer” las representaciones visuales de un objeto. Progresivamente
el uso de lo pictórico evolucionará a la par de las temáticas, forjando al
álbum como objeto cultural único y acaso irrepetible, deponiendo al texto
verbal y procurando que su aporte se nutra de otras fuentes, el cine, la
plástica y por supuesto de su compañero de viaje, el cómic. El cambio de
valores que trae consigo el siglo XX, se reflejará igualmente en las temáticas,
ya no dominadas por el uso didáctico o por el lema “noble y provechoso
pasatiempo” de hace tres siglos; se relativiza cualquier actitud paternalista y
ejemplarizadora, desafía entonces criterios de conducta social o incluso de
autoritarismo. Alejándose de la directriz tendenciosa de determinar patrones a
favor de la creación individual y por qué no decirlo de la creación literaria.
Del “neorromanticismo” de la posguerra pasamos a una era, no sólo de cambio en
los valores de la antigua sociedad (“la imaginación al poder” de mayo del 68)
sino de un cambio gráfico más pictórico y expresivo.
Autores consagrados
como el ya citado Sendak, Leo Lionni, Tomi Ungerer o Kveta Pakovska, han
contribuido a forjar un lenguaje por medio de propuestas de innovación plástica
y temática, construyendo sus obras alrededor del humor, la poesía o la intertextualidad,
como herederos no proclamados del humor de Lewis Carroll, el Nonsense de Edward Lear o la sencillez
trasgresora de aquellos autores que escribieron e ilustraron sus obras antes
del boom editorial que supondría el álbum, y lograron un ejercicio
personalísimo en ambos lenguajes, evidenciando un desprendimiento eficaz de la discursividad
y la monotonía: André François (Lágrimas
de Cocodrilo), Reiner Zimnik (El
pequeño tigre y los gángsteres), y claro está, Janosch.
Han pasado siglos
desde la interesante propuesta gráfica que significó, uno de los clásicos de
los libros ilustrados didácticos, Der
Struwwelpeter escrito en 1844 (conocido en español como Pedro Melenas) por el doctor Heinrich
Hoffmann, cuya premisa “el niño sólo comprende y concibe lo que ve”, permitió
concebir un libro delirante de ilustraciones turbadoras y modernas, y hemos visto
de qué manera las imágenes fueron utilizadas pensando altruistamente en la
diseminación de ideas (como el Nuevo
Abecedario de Karl P. Moritz e ilustrado por Peter Haas en 1794) hasta
llegar al libro álbum contemporáneo, que debe su existencia a tantas etapas
como las ya mencionadas, pero igualmente a los aportes de los modelos de libros
para niños de los antiguos países socialistas de Europa y los realizados en los
años treinta por dos autores franceses: Paul Faucher (Les Albums du Père Castor) concebido e ilustrado bajo las premisas
de la didáctica o los de Jean de Brunhoff (la serie Babar el elefante). Han pasado muchos años también desde que los
cómics de la edad de oro eran las lecturas favoritas de los chicos; hoy en día,
los álbumes ilustrados pertenecen a su mundo por derecho propio, tras una
evolución compleja que con el correr del tiempo se liga o se desprende de lo
didáctico. Propenso como género a convertirse en un elemento decorativo, y
tentado a convertirse en un frenético laboratorio de búsquedas e innovaciones
gráficas, es a la vez una forma de literatura exigente, profundo y poético,
capaz de manejar en la interdependecia de imagen y palabra su propia soberanía,
aún a pesar de esta cierta banalización, siguen siendo libros, continúan siendo
literatura exigente y comprometida con el lector, como lo afirma certeramente
el conocido crítico y especialista en
LIJ, Fanuel Hanán Díaz: La tendencia a
banalizar los textos es un rasgo que he observado en ciertos libros álbum. Los
libros álbum no son libros de imágenes, son libros álbum. Por tanto, los textos
deben ser tan prolijos y cuidados como las imágenes.
He disfrutado mucho este recorrido por los libros-álbum, de la mano no sólo de un conocedor sino de un creador. Muchas gracias! Extrañé en 2012 los recomendados que habían aparecido en 2011 en el blog Buitrago-Yockteng. Volverán?
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Los recomendados deben volver, claro, más en un momento donde la crítica y la reflexión se hace necesaria. Y pienso que un poco la polémica también.
EliminarAbrazos.
Muchas gracias por tu entrada. Estoy aprendiendo de ti ... ¡Ójala algún día pueda hacer un buen álbum ilustrado!. Es una suerte contar con tu experiencia. ¡¡Gracias!!
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